Dicen que
pocas cosas crecen en tierra arcillosa, ésa es una de las primeras lecciones que
me enseñaron cuando estudiaba jardinería. A la arcilla le falta materia orgánica para
albergar vida. El agua se encharca, las raíces se pudren, al oxígeno le cuesta
penetrar en la tierra. Hace falta modificarla, corregirla, para poder construir
algo sobre ella.
Lo que no me enseñaron fue que la arcilla está
compuesta, sobre todo, de sílices. Tampoco me contaron que, si buscáramos
silicio en el cuerpo humano, lo encontraríamos en nuestras venas y arterias, en
nuestros músculos, en los huesos.
Nuestra sangre circula por
conductos formados por el mismo elemento que forma la arcilla. Lo que nos da la
vida, se la da también a la arcilla.
Así que, aquí tengo una
nueva lección por aprender que contradice todas las lecciones de botánica y
jardinería: hay todo un universo esperando en cada trozo de barro. Y, para descubrirlo,
sólo tengo que dejar que mis manos trabajen sobre él.
Yo no sabía que, antes que
terminara este año, encontraría, una nueva vida, más luminosa y creativa de lo
que nunca hubiera podido esperar, en la arcilla.